Lo correcto y lo ejemplar

Lo correcto y lo ejemplar

JK: Ha dicho usted una y otra vez que, cuando la terminología se corresponde con el uso cotidiano de la lengua, tampoco debería divergir demasiado en términos de contenido. En su trabajo sobre Corrección idiomática y en una serie de trabajos establece una diferencia entre los términos «correcto» y «ejemplar». Pero en el uso cotidiano de la lengua la mayoría de las veces «correcto», en realidad, no se usa con su sentido, sino que se emplea en el sentido de «ejemplar». ¿Es posible defender este tipo de términos frente a la tradición general?

C: Primero, no se trata del uso de la lengua sin más sino de un uso especializado: en este caso, también el hablante ingenuo habla «como lingüista», habla sobre la lengua (no solo por medio de esta) y la evalúa. Segundo, el hablante ingenuo emplea «correcto» para ambas cosas: tanto para la realización «correcta» de la lengua ejemplar a la hora de hablar, como para la lengua misma; no obstante, quiero mostrarle al mismo tiempo que esto es una confusión y, al hacerlo, tomo su término para un uso con mayor sentido. Tercero, esta confusión también se produce entre lingüistas (aunque en sentido contrario), empleando «correcto» para lo ejemplar y precisamente también para lo correcto. Todos hablan del «hablar correcto». Por tanto, yo sí que sigo mi principio terminológico, pero lo que naturalmente no puedo hacer es adoptar el doble uso y, con esto, la confusión sin sentido ligada al mismo.

Mi tesis es que la confusión yace en que se reduce lo uno o lo otro en una u otra dirección, es decir, o bien se atribuye lo correcto a lo ejemplar, reconociendo únicamente como correcta la lengua estándar, y todo el resto como una desviación y como algo «incorrecto»; o bien al revés, como en el caso de Harold Palmer o Robert Hall, quienes no reconocen lo ejemplar en absoluto, reduciendo todo a lo correcto: toda forma de hablar es entonces correcta, lo que en cierto modo es realmente cierto, pero que no significa que lo ejemplar simplemente se desprecie o que incluso tenga que ser rechazado. Toda forma de hablar es «correcta» siempre y cuando se corresponda con una tradición concreta. Esto sí es cierto, pero no significa en absoluto que haya que ignorar la alteridad más amplia. Para ciertos fines sí que se necesita una lengua común, así como una norma ejemplar de la misma. Esta tendencia existe entonces en ambas direcciones: o bien de tal forma que lo ejemplar se quiera tener para todo tipo de uso del lenguaje; o al revés, que lo ejemplar no se necesite en absoluto y que en todo tipo de situaciones se acepte cualquier forma de hablar. La tesis de «Leave your language alone!» se critica mucho en mi todavía no publicado libro La corrección idiomática.

JK: Su concepción de la corrección lingüística ya se ha publicado varias veces y, en algunos de sus trabajos, ya se menciona la diferenciación entre lo «correcto» y lo «ejemplar».

C: Sí, en parte ya ha sido silenciosamente adoptada, por ejemplo, por Celso Cunha en Brasil. Pero solamente la distinción como tal, no toda la justificación. Mi tesis es —y por eso entiendo mi libro como un libro de enseñanza y un manual para profesores de lenguas y profesores de la lengua nacional— que las diferentes modalidades de la lengua se tienen que aceptar de acuerdo con la respectiva esfera de alteridad. Infelizmente, incluso el gran Menéndez Pidal quiso erradicar el voseo argentino. En La unidad del idioma está a favor de la medida de un ministro de cultura argentino, la de prohibirles a los alumnos el voseo, «incluso en el recreo», lo cual encuentro absurdo. Habla de un «uso degradado y degradante». Puede que desde un punto de vista histórico sea un «uso degradado», pero de ninguna manera es «degradante»: es la forma normal de tratamiento para los argentinos, al igual que el tuteo en otras regiones, e incluye solo «intimidad argentina» y «concesión de la argentinidad a otros», por lo menos ad honorem.

JK: Pero si se dan tendencias —como las que existen en Argentina— de que se diga que ya no necesitamos el tuteo en absoluto porque no tenemos contacto con otras regiones —o, por lo menos, aquellas personas que no tienen contacto no lo necesitan y que por tanto se podría suprimir— entonces usted siempre ha estado defendiendo la unidad para que no se ponga en peligro la unidad de la lengua española.

C: Sí, pues Argentina no vive sola en el mundo hispanohablante y sería absurdo ignorar el tuteo, ya que la idea implícita del voseo es precisamente la de la argentinidad. Los propios argentinos también lo ven así y no dejarían a unos rusos en una película rusa hablar con voseo. Que Gorbachov, por ejemplo, le diga a Raissa «vos» es completamente impensable para cualquier argentino. Es impensable para un argentino que un profesor de historia diga que César le hubiese dicho a Bruto: «Vos también, hijo mío». Todo el mundo diría: «Tú también, hijo mío», porque César no era argentino y no se le puede otorgar la argentinidad. Sería únicamente posible como broma o de forma irónica; o, digamos, si se escribiese la historia romana como en los cómics de Astérix, pero no si la historia romana se presenta como tal.

JK: Pero, por una parte, aquí se trata de una descripción que usted deduce a partir de las normas que hay. Por otra parte, también podría ser que aquí se estuviese produciendo un cambio o que se discutiese esta pregunta en la comunidad y que de ningún modo todos estuviesen de acuerdo. ¿Se opondría usted si viera una posible tendencia en Argentina a aceptar cada vez menos el tuteo y a extender el uso del voseo a ámbitos nuevos?

C: Bien, cuando se hace política lingüística y teoría de la política lingüística, hay que entender que no todas las tendencias son correctas. No puede siempre decirse que existen estas tendencias y que tienen que reconocerse. No, eso sería insensato. No quiero reconocer eso, pues precisamente ignora la aspiración real de cada individuo por la universalidad, restringiendo esta universalidad. Argentina es una parte del mundo hispanohablante. Para cualquier persona, también para cualquier argentino, existe una aspiración a un panhispanismo lingüístico. Dentro de ese marco, el argentino, el argentino consciente de sí mismo, también renuncia a lo regional, cuando por ejemplo dice: «Como decimos nosotros» o «Como solemos decir en la Argentina». En este nivel panhispánico se renuncia a varias cosas que se emplean en casa si se sabe o intuye que las formas correspondientes son regionales. Y ahí se plantea la pregunta de lo que se emplea en lugar de esas formas. Es, de nuevo, una pregunta de la política, la de qué español se considera «el mejor». Muchos dicen: claro, el español de España. Yo no lo digo así. En la planificación lingüística hay que diferenciar: si es el español en España el que se desvía de ciertas tradiciones, entonces hay que decir: «Les enmendaremos la plana también a los españoles». Pero el hecho es que España sigue siendo el punto geométrico central de la hispanidad, es decir que el prestigio del español de España es válido para todos los países y que cada país está más bien dispuesto a aceptar el español de España a que en Argentina se adopte el español mexicano o en México el español argentino. El español de España es más neutral, puede aceptarse más fácilmente y ahí ya no hay rivalidad. Eso puede constatarse también en otros casos: cuando se tienen que nombrar cosas nuevas, uno se pregunta cómo se nombran en España. Además, el español de España realmente es mucho más conocido que el que se pueda hablar en este o aquel país americano, pues el español de España pertenece a todos, no solo a una determinada región. Por eso puedo saber —y si soy un hablante consciente y culto, lo sé— que, por ejemplo, canilla es algo que se dice en el Río de la Plata. Puede que no sepa cómo lo dicen los mexicanos para este caso, quizás digan llave de agua, lo que realmente parece ser el caso. Pero tanto el uruguayo o argentino, que dice canilla, como el mexicano, que dice llave, sabe que en España se dice grifo; y si luego hablo con un mexicano y no sé cómo lo dice él, pero sé que canilla es característico del Río de la Plata, digo grifo. Pues entenderá grifo; canilla, sin embargo, no. Si estoy en España, naturalmente renuncio a decir pollera por falda e incluso renuncio a decir banana o papa. En España, en contextos claros empleo incluso coger, es decir, coger el autobús o coger un coche, por ejemplo, si estoy seguro de que no puede significar otra cosa. Sin embargo, ocurre que determinadas formas que se reconocen como español regional no se incluyen dentro del panhispanismo. No se acepta todo a ojos cerrados como si tuviera validez general: por ejemplo, no digo chaval, tampoco ese tío o vale para así es o está bien, y eso para un montón de formas más. Los españoles naturalmente dicen vale, lo cual es luego reconocido por otros hispanohablantes como español regional y no como forma general, es decir, es tan «dialectal» como algo dialectal en Perú o en Venezuela o en el Río de la Plata.

JK: Pero si con frecuencia ocurre que precisamente los «errores» del presente son novedades desde un punto de vista histórico.

C: El hecho de que un error se pueda convertir en regla en algún momento no significa que ya lo sea. Mientras algo no constituya una regla no puede decirse que se tenga que aceptar porque pueda convertirse en la regla del mañana. Si se convierte en regla es diferente. Pero mientras solo sea una desviación, resulta precisamente que no es una regla. Tampoco es cierto que los casos más comunes se correspondan con la regla y los menos frecuentes con las desviaciones, ya que desde un punto de vista estadístico y matemático tiene que haber al menos dos desviaciones por cada regla: si hay solamente una desviación por un lado, entonces no es una desviación, sino otra regla. Por eso, frente a la «norma» o a la forma normal, los errores en realidad tienen que ser mayoría. Aun así, no son regulares, porque divergen de una u otra forma, sin ser sistemáticos. Tampoco se puede recurrir aquí al hecho de que también se encuentren errores lingüísticos en escritores. Si se tolera un error lingüístico en un gran escritor, esto de ninguna manera significa que haya que tolerar el mismo error en todos los hablantes. Si alguien me intenta justificar el uso incorrecto de una forma diciendo que se encuentra en Cervantes, le digo: «Cuando seas Cervantes también te lo toleraremos». Cervantes no era Cervantes porque cometió este o aquel error lingüístico. Esto me recuerda una historia de Alphonse Allais, quien habla sobre un hombre que siempre se identificaba con grandes personalidades porque compartía una determinada característica con ellas. Y así decía, porque era algo pequeño y rechoncho: «Je suis un type comme Napoléon». Como tomaba mucho café, decía: «Je suis un type comme Balzac, je bois beaucoup de café!» —y cuando lo ejecutaron, ya no recuerdo por qué, y tenía en ese momento 33 años, dijo: «Je suis un type comme Jésus-Christ, je meurs à 33 ans!»— por una sola coincidencia naturalmente no se comparte la identidad con el otro en su totalidad.

La «corrección» lingüística siempre es solo actual. No afecta ni al pasado ni tampoco al futuro. No todo lo novedoso se convierte en regla, sino solo aquello que se generaliza. Pero sí es cierto que determinados «errores» no son simples errores por descuido, sino reglas reinterpretadas. De esto se encuentran muchos ejemplos en la historia de las lenguas. Así, en el subjuntivo de determinados verbos españoles, aparece una terminación -ga debida a la evolución fonética, en la que naturalmente solo la -a representa el morfema del subjuntivo, mientras que la g forma parte del radical. Es así, por ejemplo, en traer: traga y después traiga. Ahora bien, como esta terminación estaba en oposición con una terminación vocal del verbo en indicativo (en el caso de traer: trae), fue interpretada como morfema de subjuntivo, siendo asimismo adherida con esta misma función a otros verbos. En el caso de oír, oiga (antiguamente oya) ya ha pasado a formar parte de la norma general; por el contrario, en el caso de haber, haiga, se considera un error lingüístico porque la lengua general no ha adoptado esa forma y mantiene haya. Algo similar sucede actualmente en francés con casos como [katrәzofisje]. Aquí no hay ninguna -z de liaison, pero por analogía con les amis, les officiers, etc. se supuso que el plural sería zofficiers, o sea, la z de la liaison fue interpretada como morfema del plural. De esta forma también dice Zazie, en Zazie dans le Métro, siempre zyeux en vez de yeux. Y en un caso esto incluso ya forma parte de la norma del francés: con esta z (es decir, a través de la realización de la liaison con êtes), se distingue entre Vous êtes Allemand [vuzεtalmã], en el singular, y Vous êtes Allemands [vuzεdzalmã], en el plural; lo mismo ocurre en el caso de Vous êtes ItalienVous êtes Italiens, etc. El que reinterpreta, no obstante, no se da cuenta de que está introduciendo algo nuevo, sino que está convencido de que esa regla es precisamente válida en la lengua comunitaria, objetiva e histórica.

Del mismo modo ocurre en la adquisición lingüística, pues es totalmente incorrecto pensar que un niño aprende la lengua de los adultos como algo ya dado de antemano y que va interiorizando gradualmente aquello que los adultos le dicen: el niño va creando reglas. Y si estas reglas son aceptadas —lo cual también sucede dentro de la lengua familiar— se mantienen. El niño, sin embargo, renuncia a las reglas si se da cuenta de que no son válidas o de que no son aceptadas por el resto. Un niño que ha escuchado que se dice en alemán es regnet cuando caen muchas gotas, puede también decir es menscht, si ve a mucha gente; entonces se le dirá que eso no se dice de esa forma. Sin embargo, es una posibilidad del sistema que el niño se está construyendo. El aprendizaje es siempre creativo e implica siempre creación y diseño de hipotéticos sistemas. A menudo el desvío no se convierte en regla en absoluto y se mantiene como desviación. Así por ejemplo en francés, donde la terminación verbal -ons de la primera persona del plural también se emplea para la primera persona del singular, como en la canción Sur la route de Louviers («Si je roulions carrosse comme vous je ne casserions point de cailloux»). Esto también es común en el francés popular de Canadá, tal y como bien supo reconocer la escritora Antonine Maillet en La Sagouine, donde siempre aparece j’avons, je savons, etc. Y ya existía en el siglo XVI. Pierre de la Ramée consideraba esas formas incluso normales y aceptables en francés. Aun así, después de tantos siglos, esa forma no se ha aceptado. Ya Vaugelas aconsejaba je vas, tu vas, il va y aun así, hoy en día se dice je vais, tu vas, etc. Es decir que la adopción lleva a veces mucho tiempo. Pero lo que más me interesa no es el darme cuenta de ese largo proceso histórico sino la motivación del hablante. Para el hablante, la motivación es siempre objetiva en el sentido de que, en el caso de una reinterpretación, él supone que esta sea ya la regla, principalmente la regla «de los otros», y no, por ejemplo, una expresión introducida por él. El que dijo por primera vez quatre-z-officiers no pensó en hacerlo para mostrarle a los demás que esto fuese un plural.

JK: Pero en el caso de los préstamos, por lo menos, hay casos en los cuales el hablante o el escritor crea conscientemente nuevas expresiones.

C: Naturalmente, pero también en este caso hay cosas que están «bien» hechas y otras que están «mal» hechas; por ejemplo cuando el hablante ya se vuelve lingüista y cree que la forma correcta en gallego tiene que ser soma y no sombra, por presuponer una analogía completamente diferente.

JK: Pero si muchos cometen ese «error», puede entonces convertirse también en tradición.

C: Evidentemente, como ya dije, una expresión como esa puede que también fuera aceptada si la usa por ejemplo un gran poeta. Pero la pregunta de por qué algo se acepta y de por qué razón surge esta analogía sigue sin ser resuelta, aunque se diga que las formas más frecuentes atraen las menos frecuentes. Pues, al inicio, las formas que se difunden todavía no son las más frecuentes, sino las menos frecuentes. Por qué motivo, por ejemplo, se aceptó en el español solidaridad, a pesar de que Andrés Bello, que había introducido esta palabra en el Código civil chileno, había acuñado solidariedad: la «buena» formación española. Precisamente la forma bien construida fue la que no prevaleció.

JK: ¿Puede siquiera encontrarse la explicación para este tipo de formaciones dentro de la propia lengua? ¿No hay que buscar explicaciones «externas» si no se avanza con la frecuencia, etc.?

C: En este caso probablemente no haya que interpretarlo como formación dentro del español, sino como préstamo del francés, donde ya había solidarité. Es cierto que en casos puntuales haya que buscar criterios como el prestigio, etc.; lo importante continúa siendo, sin embargo, que ya en la primera ocurrencia se dé por hecho que se trata de lengua, es decir, que ya pertenece también a los demás: esto es precisamente lo típico a la hora de crear expresiones lingüísticas.

JK: ¿Se puede decir que la política lingüística, en realidad, es un asunto elitista? Si, por ejemplo, se hiciera una encuesta en México acerca de si alguien conoce grifo, lo más probable es que entre la población común se encontrase a mucha gente que no conoce esta forma y que tampoco la utiliza. Usted ha hablado de las «personas cultas» y de los buenos escritores.

C: Se trata nuevamente de la cuestión del nivel del que estamos hablando. Las personas que no conocen grifo nunca hablan al nivel de la ejemplaridad panhispánica y, por ello, no necesitan en absoluto esta palabra. A ellos no les diríamos: «¡Cuidado, hay que decir grifo!». En absoluto. Si se dispone de diferentes registros, se habla diferente de acuerdo con el entorno y la ocasión en la que se habla, y es precisamente esto lo que se debe entender, y convencerse de que esto es completamente normal. Determinadas comunidades lingüísticas han llegado a esta convicción de forma natural, justo la española curiosamente aún no; la alemana, en cambio, está completamente convencida, por lo menos aquí en el sur. Una persona muy cultivada puede hablar el puro dialecto suabo local, por ejemplo, con su familia, un dialecto algo más elevado con sus amigos, además del llamado ‘suabo honorífico’ («Honorationenschwäbisch») y también el alemán estándar. Cuando el señor Geckeler era mi asistente, vi cómo hablaba, por ejemplo, con su familia y cómo yo no entendía ni una sola palabra; cuando hablaba con el señor Bausch, sí que lo entendía, pues ya no era un dialecto local, sino una especie de suabo suprarregional. Y en mitad de una conversación con su familia, cuando hablaba con otra persona, podía por ejemplo cambiar al ‘suabo honorífico’. Conmigo nunca hablaba suabo, conmigo hablaba alemán estándar con acento suabo.

JK: Pero al fin y al cabo también hay comunidades lingüísticas en las que la adaptación a la variación es menos común. Que se tienda hacia la comunidad lingüística, naturalmente, es un fenómeno general. Pero también forma parte de la alteridad entender a otros, a pesar de que hablen de forma diferente, que se puedan transmitir y traducir sus variedades. Muchas veces me encuentro con este argumento precisamente en España, cuando se dice que si los otros te entienden igualmente, ¿para qué adaptarse?

C: Esa es precisamente la actitud que daña la dignidad lingüística y según la cual se considera la lengua como instrumento y no como modalidad del ser, del ser histórico de cada uno. Es terriblemente vergonzoso ese «con tal de que se entienda, cada cual puede hablar de cualquier modo». Eso, en realidad, significa menospreciarse a sí mismo. Cada actividad conlleva una ética propia; y es parte de la ética del lenguaje no hablar solamente de forma que se le entienda a uno, sino hablar de la mejor forma posible.

Otra cosa es la tolerancia, es decir, que se entienda al otro y que se trate de entenderlo. Esta también es una norma del lenguaje y vale para el hablar en general. La primera presunción es que el otro habla de forma razonable. No decimos que alguien seguramente solo diga bobadas y que esté loco. Eso, al menos, no debe decirse de antemano. Primero intentamos interpretar aquello que dice el otro como algo adecuado y, cuando no entendemos algo, preguntamos qué significa y no pensamos directamente que es un disparate. Hay países en los cuales la variedad se forma a partir de grupos alógenos como, por ejemplo, en la Unión Soviética o en los Estados Unidos, y donde la tolerancia hacia diferentes pronunciaciones, hacia diferentes formas de hablar la misma lengua es muy alta. En la Unión Soviética, o en los países que entonces formaban parte de ella, uno puede usar cualquier pronunciación y será comprendido. Se hace un esfuerzo por entender porque se da por hecho que será alguna pronunciación de algún pueblo o comunidad. Los georgianos, por ejemplo, hablan sin palatalizar, eso lo han hecho siempre; Stalin, por ejemplo, también hablaba así, y simplemente se entiende. En los Estados Unidos es similar. En los Estados Unidos se habla con cualquier pronunciación. Lo cual no significa que después se diga que cada uno puede hablar como le da la gana. Lo que quiero decir es que hay que seguir una determinada norma.

JK: Pero ahora ha introducido, por un lado, un principio ético y, después, una especie de restricción, porque al lado de ese principio ético admite una cierta tolerancia. ¿Podría entonces valer asimismo como principio ético que se hable de la forma en la que se quiera siempre y cuando sea posible?

C: Eso es como la teoría antidemocrática y reaccionaria, por ejemplo de Robert Hall, el falso liberalismo lingüístico: cualquiera puede hablar en cualquier lugar como quiera. No, no se puede hablar en el parlamento como en un bar. Es un gran error exigir que en cualquier ocasión se hable la lengua estándar e incluso con un registro elevado; con eso uno solamente queda en ridículo. Pero no es un error menor permitir que a un nivel cultural mayor de la vida pública se hable el lenguaje familiar o vulgar. Esto no significa respeto, sino desprecio hacia los hablantes y me parece como si se dijera: «El negro que hable como quiera en todo tipo de situaciones, no necesita la cultura más prestigiosa en absoluto, esa ya la hacemos nosotros; que se quede en su propia cultura». Esa es la típica postura de los falsos liberales. A veces también están convencidos de que realmente son liberales, pero en realidad son radicalmente reaccionarios. También es así cuando se supone que para el pueblo no se necesita al verdadero Shakespeare, sino a uno simplificado, «para que el pueblo pueda entenderlo». La única forma de respetar al pueblo, de verdad, es mostrándole al Shakespeare verdadero, auténtico y real. Se vio esto en los experimentos que se hicieron en Italia, en Sesto San Giovanni, precisamente con Shakespeare, el verdadero Shakespeare ante los trabajadores, y además con un enorme éxito. El público subrayaba con sus carcajadas algunos de los contenidos que ni siquiera le habían llamado la atención al director.

Del mismo modo sucede con la filosofía y con el arte: nada de filosofía «para amas de casa», sino: ¡filosofía! Nada de pintura al gusto del público, sino: ¡pintura! De esta forma se educa al público para que también valore la pintura buena, etc. Lo contrario, es decir, el liberalismo aparente, es en realidad una postura reaccionaria; una postura que o bien realmente es reaccionaria e hipócrita o bien es ingenua, cuando sus representantes creen que lo hacen todo para el pueblo, y en realidad no es así.

Y las otras tendencias de las que usted habla no son tendencias de los hablantes, sino de los falsos teóricos o de los hablantes que se convierten en lingüistas. Pero si se convierten en lingüistas, desde un punto de vista científico naturalmente son ingenuos y no saben cuáles son en realidad las normas. O son opiniones de políticos que no piensan en absoluto sobre la cuestión y que confunden liberalismo con reacción o con lo que fundamentalmente es la postura reaccionaria. También los rusos, por ejemplo, intentan entender a aquel que habla diferente, pero no piensan que también deberían hablar de esa forma. La tolerancia hacia el otro no significa que se prescinda de la propia habilidad de poder hablar. Uno se esfuerza por entender al otro cuando habla de forma diferente, pero uno mismo no hablaría de esa forma.

JK: Pero si, por ejemplo, un moldavo habla con un moldavo de habla rusa deliberadamente en rumano, queriendo de esta forma demostrar que está convencido de que el rumano para él es una lengua más importante, aunque el otro lo entienda peor que si hablase con él en ruso, entonces, en realidad, se rompe el principio. Porque en ese caso la finalidad principal no es hablar de tal manera que el otro lo entienda de la mejor forma posible, sino que, al mismo tiempo, relaciono con mi forma de hablar una exigencia política.

C: Sin duda. Eso aparece en mi ensayo sobre lenguaje y política. Lo de que la motivación es siempre positiva, pero hay diferentes positividades. La problemática en torno a la postura del hablante con lo que respecta al intercambio lingüístico en concreto es muy compleja, y todavía no me he ocupado de ello de forma exhaustiva (de hecho, algunos aspectos que todavía no se han publicado se encuentran en Corrección idiomática). Pero puedo, sin duda, especificar mi respuesta a su pregunta. Lo que dije anteriormente —por ejemplo, «habla de tal forma que el otro te entienda»— se refería a la elección de los registros y estilos del lenguaje dentro de una lengua determinada, no a la elección de una lengua particular. En esa área precisamente tiene que ser tolerante aquel que sabe más: no puede exigirse de un granjero que solamente habla su dialecto, que hable la lengua estándar. Es algo diferente cuando se trata de varias lenguas. Para decirlo de forma clara, me identificaré con el hablante que sea quien tenga que tomar la decisión. Es decir: también en este caso, a la hora de comunicarme interindividualmente, naturalmente soy tolerante hacia los que son de habla extranjera, si son de buena fe. Si no hablan mi lengua, intento hablar la suya u otra que también sepan hablar, para serles de ayuda o simplemente para llegar a poder tener una conversación. No, sin embargo, cuando el otro no tiene precisamente buenas intenciones, cuando no quiere para nada hablar mi lengua, queriendo imponerme la suya; y, menos aún, cuando se trata de un «comportamiento colectivo». Si alguien lleva viviendo tres años en mi país y no ha aprendido mi lengua por estar convencido de que yo debía de aprender la suya; o si alguien llega a mi país como gobernador o como amo colonial, queriendo imponerme su lengua, porque en cualquier sentido se cree superior y simplemente ignora y desprecia mi lengua y cultura —en tales casos dejaría de ser tolerante, queriendo ser tratado como igual, no como siervo—. Naturalmente, no exijo que una minoría lingüística aprenda mi lengua, renunciando a la suya propia, pero sí que la minoría aprenda la lengua hegemónica, en el caso de que esa minoría sea lingüísticamente intolerante e imperialista y que quiera imponerle a la mayoría su lengua. Ser tolerante no significa aceptar intolerancia sin más y tampoco implica que haya que arrodillarse ante el imperialismo lingüístico y ante el colonialismo. Pues eso ya no sería tolerancia lingüística, sino masoquismo lingüístico.

Pero volviendo al «caso normal»; es decir, al comportamiento en el marco de una misma lengua histórica. Aquí no solamente existe una norma, sino que, en el marco de una tarea tan compleja, existen varias normas en diferentes niveles. La norma es abierta y en absoluto implica una sola norma para todos los hablantes de la comunidad, sino diferentes normas estratificadas, de tal forma que depende de la esfera de alteridad desde la que se está hablando. Por eso digo que sería absurdo hablar, por ejemplo, en una familia tal y como se hablaría en una clase universitaria. A muchos puristas les gustaría, pero esto está precisamente en contra de la norma del hablar, la norma de la respectiva alteridad.

JK: Pero queda la pregunta de dónde se sitúa la dinámica. Si siempre se sabe cómo son las normas, entonces tampoco puede cambiar nada. Y es que hay personas que en la familia precisamente quieren hablar como en una clase universitaria. En la realidad esto se da frecuentemente —por ejemplo, los suabos que intentan hablar con sus hijos en alemán estándar porque creen que, de esta forma, sus hijos serán más inteligentes—. ¿Cómo se puede explicar algo así? ¿Factores de prestigio o las llamadas influencias «externas»?

C: En ese caso diría que son los padres quienes se equivocan. Usted mismo ya lo ha dicho con ese tono irónico: son ellos quienes lo creen, etc. Para mí se están ridiculizando por hablar así. Tenía, por ejemplo, un colega suabo que decía que en la familia siempre hablaba en alemán estándar; y habla con un acento típicamente suabo. A mi modo de ver, la actitud razonable es que los padres les enseñen a sus hijos tanto suabo como alemán estándar, si no quieren renunciar a su identidad regional.

JK: Sin embargo, ya no podrá decirse que las personas están equivocadas si se trata de un gran movimiento. En Galicia casi todas las madres hablan en español con sus hijos. ¿Están entonces todas equivocadas? ¿O se trata simplemente de una especie de cambio que puede ocurrir o no?

C: Esto no afecta a una lengua, sino nuevamente a dos, además de a la pregunta de por qué, con qué fin se habla la otra lengua. Esta, sin embargo, es una pregunta de pedagogía y de proyecto de vida, pero ya no del hablar. Se habla esta otra lengua para que los niños la aprendan; de igual forma que se puede hablar francés para que aprendan la lengua; o tal y como mis hijos ya fueron al colegio alemán en Uruguay para que después pudieran seguir en Alemania. Eso es otra cosa. Es una cuestión práctica y, naturalmente, la postura de los padres gallegos es también práctica, pues se trata de qué es lo que van a emplear sus hijos en su vida. También se les puede enseñar perfectamente el gallego si los padres saben gallego. Pero si ni siquiera saben gallego y aun así se les dice que tienen que hablar gallego y no español aunque vienen de Andalucía, nada más que por estar casualmente viviendo en Galicia, entonces eso ya es la otra cara de la moneda y de la política lingüística, es decir, la imposición de una lengua. Muchas veces esto ocurre con el argumento de que el español también se les impuso a ellos. Pero el castellano, en realidad, nunca fue impuesto. Los primeros que empezaron a imponerles el castellano a los demás fueron los reyes de dinastía francesa del siglo XVIII. Hasta entonces había sido un proceso histórico completamente normal y voluntario: se asimiló el castellano. De hecho es así, desde los documentos españoles más antiguos. En los Foros de Castelo Rodrigo aparecen formas castellanas y se pensó que eso se debía a escribanos castellanos. Yo no creo que esa sea la explicación acertada: fueron más bien los escribanos locales los que ya reconocieron ciertas formas como del español general, porque ya eran las formas prestigiosas. Por eso tampoco estoy de acuerdo con la política actual de algunas de las regiones autonómicas de España. Debido a las fronteras históricas, que no son fronteras lingüísticas y que, en determinados casos quizás ni siquiera llegaron a serlo, se quiere imponer la lengua regional también a los castellanos que no hablan esa lengua desde hace generaciones y tal vez no la hayan hablado nunca; por ejemplo, también en el caso de aquellos que llevan generaciones sin hablar valenciano y que probablemente nunca hayan hablado valenciano. Desde un punto de vista lingüístico, se ha tomado la autonomía político-administrativa demasiado a la letra.

JK= Johannes Kabatek; C=Eugenio Coseriu.

Capítulo de Johannes Kabatek y Adolfo Murguía (2021): „Decir las cosas como son…”. Conversaciones con Eugenio Coseriu, trads. Bleorțu, Cristina, García Rodríguez, Alba, Garrido Sánchez-Andrade, Bárbara y Kabatek, Johannes. Sevilla: Universidad de Sevilla, pp. 261-275.